‘La posibilidad de una flor’
Lápiz sobre papel de calco
300 x 137 mm
Jaime Serra, 1995
LA POSIBILIDAD DE UNA FLOR
Etimológicamente hablando, la palabra azar tiene el mismo origen que la de la flor del naranjo: la palabra árabe ‘az-zahr’, que significa, literalmente, flor.
En la antigua Grecia, ya se jugaba a las tabas. Precursor de los actuales dados, el juego de las tabas consiste en lanzar unos huesos —anatómicamente llamados astrágalos— que se encuentran en el pie humano y en las patas traseras de todos los mamíferos, y que, aunque irregulares, tienen cuatro caras. Las tabas más comúnmente usadas para jugar, son las de los corderos. Los árabes, al lado ganador, le dibujaban una flor.
El azar es, pues, la posibilidad de una flor.
El azar de los otros
Hace más de veinte años, mi amiga Dina me regaló un singular juego de dos dados: construidos por ella misma, las caras, en lugar de iconos o puntos, desarrollaban una vieja fotografía diédricamente.
Como tantas otras cosas, podrían haberse quedado olvidados en el fondo de un cajón; pero, además de parecerme unos objetos sugerentes, la naturaleza de la relación que manteníamos los depositó en un lugar destacado de mi casa, a la vista de todas las personas que me visitaban.
Marcos me trajo tres dados incaicos de Perú. La caótica Paula me regaló seis con los puntos desordenados. Y el gordo Néstor, uno redondo. Los doce dados juntos actuaron como un imán para amigos y conocidos, y, de a uno o en grupo, fueron llegando el resto: diminutos, gigantes, con puntos y de póquer; nuevos, viejos, con letras o símbolos; de madera, plástico, asta y cerámica.
Y fue de este modo como me convertí, a ojos de los otros, sin serlo ni pretenderlo, en un coleccionista de dados.
Texto publicado en la serie dominical ‘Datos y verdades’, en el diario argentino La Nación.
2019