Extramuros
Jaime Serra
Octubre del 2020
Texto publicado en el libro
Diario visual de la cuarentena
El confinamiento durante el estado de alarma contado en 53 columnas visuales
Errea Comunicación
Premio Laus Oro 2021
Premio ‘Best of show’ Malofiej 2021
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Un 12 de octubre, el de 1492, los europeos ‘descubrimos’ (para este ejemplo y los siguientes utilizo esta palabra a falta de una mejor) un espacio físico que supone más de la cuarta parte de la superficie terrestre. Casi 500 años después, el 21 de julio de 1969, el ser humano dio otro paso enorme, esta vez fuera de nuestro planeta: alunizamos por primera y última vez. Aún y con los evidentes avances tecnológicos que ambos descubrimientos conllevan, y lo más importante, el cambio de concepción que de nosotros mismos y de nuestro entorno supusieron, no dejan de ser ampliaciones de nuestro espacio físico; que, por cierto, sigue siendo extremadamente limitado, ridículo incluso.
No solo en lo tangible hemos ampliado el mapa. A finales del S.XIX hubo otro descubrimiento, en otra dimensión: el inconsciente. Modificó el paradigma totalmente, especialmente por su ‘habilidad’ para situarse (situarlo) más allá de lo metafísico. Mucho más difícil de cartografiar; los límites, la composición, incluso la propia existencia de este espacio siguen siendo motivo de ridículos debates.
Sirvan estos tres hitos en lo que llamamos progreso, para dejar evidencia de que hasta ahora todos los avances que forman la historia de la humanidad no han dejado de ser parte y contribución de un mundo que hoy se encuentra en decadencia: el subjetivo. ¿Llegaron los vikingos antes que Cristóbal Colón a lo que llamamos América, como apuntan algunas teorías? ¿Qué prueba definitiva disponemos para los ‘conspiranoicos’ de que la huella de Armstrong no fue un ‘paso’ hollywoodiense? Por otra parte, si bien estos descubrimientos pretendían avanzar hacía el objeto (intento loable), el descubrimiento del inconsciente no hace otra cosa que ampliar el mundo del sujeto. Una línea agotada.
Porque, de lo que estamos hablando es de la percepción de unos señores cuya propia existencia es discutible, dado que no existe ningún dato registrado sobre su supuesta actividad humana sobre la faz de la Tierra. Pertenecen a los viejos libros de historia. Papel. Palabras. Las palabras no se dibujan, no se representan visualmente. Son el reino de la subjetividad. Cada cual las hace suyas, según sus propias experiencias. Así, ‘amor’, por ejemplo, puede significar placer o dolor, compañía o la peor de las soledades. Hablar puede resultar entretenido, curioso incluso, y además ¡es gratis! (Ja, ja, ja) Pero son las cifras –los datos– los que devienen en algo concreto, cierto.
Imagina la cara de los Pinzón viendo un enorme localizador de Google Maps clavado en Guanahaní por los vikingos, un siglo antes.
¿Quieres, lector, un icono más contundente que el geolocalizador de Google Maps? Imagina la cara de los Pinzón viéndolo desde alta mar, enorme, cual faro, clavado en Guanahaní por los vikingos un siglo antes. No tenemos registros de sudoración, pulsaciones, salivación o relajación de esfínteres de Aldrín. ¿Había consumido estupefacientes Sigmund cuando mandó un ‘whatsapp’ a sus colegas hablando por primera vez acerca del subconsciente? Por supuesto, esa visión del mundo desde el sujeto no va a desaparecer –por ahora–, pero ya se vislumbra patética frente a los primeros trazos –pensemos que estamos hablando del equivalente a lo que fueron las pinturas rupestres– de nuestro nuevo mundo.
Nosotros, nuestra generación, hace palidecer esos ‘grandes avances de la humanidad’ al descubrir ya no una parte del mundo sino la cartografía total de ese mundo. Un mundo “con independencia del propio modo de pensar o de sentir”*, lejos de la tendenciosa intermediación humana: el mundo objetivo. La Verdad, directa de los dispositivos digitales a los ‘data center’. Toda actividad humana es susceptible de ser cartografiada y toda cartografía son datos: temperatura corporal, mililitros, densidad, latitud, altitud, colesterol, acido úrico, pulsaciones, vínculos, sociabilidad...
En definitiva: el tiempo es el territorio sobre el que cartografiamos nuestras vidas. Podríamos pensar que no podemos controlar el tiempo. Pero es evidente que el poder siempre ha dibujado el pasado. En cuanto al futuro, dependerá de quien controle hoy los datos. Que no son, necesariamente, los poderes tradicionales. Como bien decía el Gran Hermano: “Los dueños del presente son los dueños del pasado, los dueños del presente son los dueños del futuro”. El futuro se escribe ahora. Y no va a ser un futuro de palabra sino de cifra. Por tanto, irreversible. El futuro es ahora, es objetivo y es nuestro.
“Instalen un chip a un recién nacido y dibujaré su vida”. ¡Dibujaré! No escribiré. Ni describiré. D-i-b-u-j-a-r-é. Escúchame, parafraseo ahora a uno de los suyos: “El deseo es tan preciso que se puede dibujar”. Los más recalcitrantes llevan camisetas con ‘No soy mis datos’. Y entonces ¿por que reclaman su control?
(Mensaje de las autoridades de salud digital: Por su seguridad, está terminantemente prohibido desconectar sus dispositivos móviles: teléfonos, aumentadores de audición o visión, realidad aumentada, videoconsolas, etc. Asímismo, si alguien cercano no aparece en su radar, le rogamos que informe inmediatamente a las autoridades: @saluddigitalgov. Les recordamos que la máxima penalización puede llegar al ‘extramuros’. Gracias.
Los más recalcitrantes llevan camisetas con ‘No soy mis datos’. Y entonces ¿por que reclaman su control?
– Extramuros. Que terrible paradoja: salir a pasear un rato por el campo puede acarrear que te lancen a él para siempre.
- ¿Te imaginas la vida sin dispositivos de sociabilización?
- Ése no es el asunto, el problema nunca ha sido la tecnología sino el uso que hacemos de ella.
- ¿Cuándo tuviste el último match? Date una vuelta por las redes…
- ¿Se te olvida que antes las redes se usaban para apresar?
Bueno, de esto va el asunto: el manuscrito esta compuesto por 53 hojas en
un extraño formato vertical sin encuadernado de ningún tipo –aunque sospechamos que existe un orden– y un puñado de cuadernos con lo que parecen bocetos. Pese a no haberse seguido ningún protocolo de mantenimiento, el papel se encuentra en buen estado de conservación. Parece evidente que el manuscrito se elaboró de forma clandestina tras la aprobación del Decreto Papel**. En cualquier, caso su antigüedad no es ni destacable ni relevante.
Aunque, desde mi punto de vista, su interés estético es incuestionable, éste es un aspecto discutible. Lo realmente valioso –perturbadoramente diría- es la convicción de que alberga un elaborado contenido informativo que todavía no hemos sido capaces de descifrar.
Hay una evidente cadencia. Pensamos, incluso: música. Pero ya probamos con DataProSound y el resultado es una sucesión de intervalos absurdos. Matemáticamente, es de una simplicidad ridícula que no pasa de operaciones básicas, sin ningún resultado lógico. Y, sin embargo, no tenemos la menor duda de que explica algo. Pero… ¿qué?, ¿con que fin? Y, sobre todo, ¿por que prolija y manualmente trazado sobre… ¡papel!? Cualquier software habría facilitado la tarea de análisis, edición, cuantificación y cualificación y, por supuesto, su visualización, de lo que, estoy seguro, es algún modo de representación de valores.
¿Cómo que? ¿los albaricoques que alguien se comió durante un par de años? ¿Las veces que miró por la ventada, puso el mantel sobre la mesa o cepilló sus zapatos? Aún más: ¿algo fisiológicamente involuntario como las veces que fue al baño? ¿O es que acaso se anima a hablarme de algo tan absurdo como lo emocional? ¿Las veces que alguien sintió… algo? Lo que sea. ¿Estamos hablando de este tipo de asuntos? No tiene ningún sentido. ¡Es ridículo! Toda información, con un mínimo de relevancia, se encuentra a buen recaudo trascrita en código binario. Afortunadamente. ¿Qué sentido tiene cuantificar y cualificar cualquier aspecto cotidiano de nuestras vidas? Y, además… ¡analógicamente!, ¡sin back up! ¿Qué valor le podemos otorgar a información recolectada por un individuo según su propia percepción? Estamos hablando de contabilidad, poco más se puede esperar de un modo donde el sujeto es autor. El ‘yo ya me entiendo’.
La Verdad, directa de los dispositivos digitales a los ‘data center’. Toda actividad humana es susceptible de ser cartografiada y toda cartografía son datos.
Pero la cuestión no es qué transcribe… ¡sino el hecho de hacerlo! Podemos conducir nuestras vidas. El manuscrito es… ¡pura política! La cuestión no pasa por ser o no, se trata de ‘con la vida’ o, lo que es lo mismo, ‘con el tiempo’ o ‘en’ la vida. ‘En’ es apenas un bote a la deriva. ‘Con’ es un volante. ¡Podemos conducir!
Autocuantificar la vida es revolucionario en un mundo donde vivir es colaborar. El propio acto es el significado. Por otra parte, quizá sea el único modo de comunicación posible: de sujeto a sujeto.
- ¿Hola? ¡Hola! ¡Estamos hablando de la revolución! ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¡No me digas que lo desconectaste!... Sabes tan bien como yo que esa posibilidad no existe. Hace tiempo que nos mienten: no se pueden desconectar. Esos mensajitos del Ministerior de Salud son pura propaganda. Lo que dices, lo que escribes, lo que deseas –diría, incluso- esta en un ‘data center’ en Siberia.
¿Cuándo fue la última vez que recibiste algún mensaje de la secretaria de Datos sociales? ¡Nunca! Si ese manuscrito es de algún modo relevante, ¿por qué no parece interesarle a nadie?
- Que no interese a las autoridades no significa que no sea relevante. ¡Incluso en términos sociales! El sistema es perverso. Ya no se te persigue, sencillamente se te ignora. Lo relevante se pierde en un océano de información; importante, real, irrelevante o sencillamente inventado. No hay plataforma, solo el caos. Supongamos que podemos eliminar todos los datos recolectados digitalmente sobre nosotros, pero sin nosotros. ¿Qué nos queda? Eso es el ‘yo’, eso es el ‘ser’. Y eso es lo que deja en evidencia el manuscrito al usar el mismo lenguaje, incluso el mismo aspecto formal que usa el mundo objetivo.
- (Ja, ja, ja) No me seas ‘new age’, por favor… Eso es imposible: no puedes borrar todos los datos. Somos datos. Sencillamente, no existirías.
- ¿Qué me estas diciendo? ¿que si mi vida no ha sido datificada no existe?
- Te estoy diciendo que tu polla son datos. ¿Un uso –no urinario– de una vez por mes?¿10 centímetros por 10 grados de erección?, ¿1ml de eyaculación? (Ja, ja, ja) ¡No! ¡¡¡¡No me pases el registro de tu app!!!! No lo soportaría (Ja, ja, ja)
- Vete a la mierda… el sentir no ocupa lugar.
- Ya, como el saber: 1terabyte por persona.
- ¿Y la comunicación?
- ¿Hola? ¿Qué es esto?¿Estoy hablando solo?...
- ¡La empatía!
(…)
- ¿Tienes el autocorrector desconectado? (Ja, ja, ja) Mira: está subrayada en rojo. Esa palabra no existe. No hay datos sobre eso, ni app que lo registre…
*Definición de ‘objetivo’. Primera acepción de la RAE. 2020
** El Decreto Regular de la Manufactura y Distribución del Papel y sus Derivados (conocido popularmente como el ‘Decreto Papel’), no fue redactado y aprobado en su totalidad hasta los periodos más severos de confinamiento de la tercera Nueva Normalidad, en los que el Covid 19, que toda la población ya había contraído, era visto como poco más que un catarro, comparado con las mutaciones posteriores, mucho más contagiosas, agresivas y, sobre todo, resistentes en el medio ambiente. El Covid 64, el primero resistente a las vacunas y ensayos de las cepas anteriores, encontraba en la celulosa un espacio perfecto para resistir pasivamente hasta un año. Si bien el ‘Decreto del Papel’ supuso la firme persecución y destrucción de todo tipo de papel, muchas de las regulaciones recogidas en el decreto ya habían sido puestas en practica con anterioridad. La retirada del papel moneda, el fin de la emisión física de todo tipo de documentos públicos y, especialmente, la prohibición del uso del papel en los centros educativos fueron los de más amplio abasto y mayor calado social en el rechazo hacia el que había sido el soporte fundamental del conocimiento durante siglos. Sin duda, la cultura, como siempre sucede, fue la autentica impulsora de unas leyes que, sin su apoyo, difícilmente habrían podido implementarse en su totalidad. Hasta tal punto caló la cultura ‘antipapel’ que las leyes que protegían y regulaban la conservación de documentos de valor histórico y/o artístico tuvieron que soportar serias envestidas legislativas y populares. Los archivos, bibliotecas, hemerotecas y buena parte de las pinacotecas tuvieron que cerrar al no poder cumplir con los elevadísimos estándares sanitarios de las nuevas leyes de exhibición segura.
Infografías publicadas en ‘Diario visual de la cuarentena’
Errea Comunicación, 2020